Dejaré la huella
en medio de la arcilla,
en el último llanto
del hombre sobre la Tierra;
me entregaré al vicio
con las manos llenas
junto al entusiasmo
alegre de una primavera.
Andaré los caminos
cubierto de hierbas,
mojaré los párpados
con las primeras lluvias
para mitigar el enojo
de cualquier ramera,
aquella virgen rubia
que entretuvo el sueño
al calor de mi vera.
Porque ahora, pequeña,
no hay refugio alguno
que pueda aplacar mi pena,
solo la luz tenue,
desabrida, de una candela
prende en tus mejillas
como una caracola
henchida de vida.
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