Emerjo de la nube blanca
para depositar el arrullo
del amante en la duda
del camino errante...
Y confundo aún la locura
de la sombra aunque breve
sobre el espíritu del hombre
en un amanecer adrede
de desabrida magia.
Tuve espejo donde mirarme
y desafié al mundo
para atraer la calma...
Tuve ojos para tu cara,
entregué al resto la mirada
hasta verme desnudo,
pobre, discapacitado, sin morada;
e imploré a los dioses
de religiones varias
un rincón donde soñar.
No obtuve respuesta.
Ya no creo en maravillas
si el mismo Dios me quita la vida
y no hay refugio para el hombre
en la infinita soledad
de quien vive su agonía.
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