Ese jirón en la tela,
en la rotura
del alma,
deja espacio a la duda,
al espliego y a la espadaña.
Y arroja confusión...
allí donde aflora
la calma,
donde aflora la margarita
blanca
en el rastro de la tierra,
en ese rostro de lunas
oculto por las estrellas.
Desde el momento
de cuna
se nos rompe la persona
entre pedazos de espuma
y así es pues
el llanto
débil de la criatura;
se nos va rompiendo la vida,
entre herida y herida,
y el dolor
va por dentro,
se acumula en los sesos,
en las luces encendidas,
temiendo el amargo momento
de sufrir
otra sacudida
antes de acabar muerto.
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