Envuelto en tus pupilas tristes
me vistes un día de candor,
y en la magia de las palabras
alumbraste el fuego vivo
de quien fecunda a una flor.
Aprecio sin reservas tu alegría,
a pesar de las penas latentes
que acompañan a tu libre corazón;
de tu alma brota el cielo
que para mi bien quiero
en un estallido de la razón,
y me presto a la caricia
que es vida en tus manos
cuando me abandona la oración.
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