¿Dónde empieza el cielo...
y dónde... la vida terrena?
Si juntamos las existencias,
si esparcimos los destinos,
ansiamos un solo camino
hecho al flujo de la ciencia
que aún nos permite soñar.
Y dibujar ese océano
al margen de las condenas,
de las blancas almas en pena
prisioneras de puro llanto
que se mezclan con el espanto
y el espíritu de una ramera.
Cada morada tiene su luz,
su brillo, su resplandor divino,
y elijes sin duda la senda
por la que caminar primero
al encuentro del alfarero,
al origen de la vida:
A veces huele a romero
y te despojas de las vendas
que cubrían falsas heridas...
Y el espíritu se hace dueño
haciendo realidad el sueño
que parecía pesadilla.
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