Suponte que he muerto
una noche de tensa calma,
y la luna despeina rayos,
resplandor cerca del alma.
Aún soy joven para morir,
pero quién me iba a decir
que el destino opina distinto
mientras vaticino el duelo
oportuno del instinto:
¿Acaso tengo ganado el cielo?
Quién me dijera ahora,
antes que llegue la aurora:
No has huido del pecado,
no te has arrepentido en vida,
comulgas en el desatino
con las cuencas de los ojos huecas
y das por sentido la mueca
en el infierno que te devora.
No hay mayor martirio
que el que me ciega
sin alcanzar a ver la luz
donde todo es tiniebla;
confirmada entonces la derrota,
sin perdón divino presente,
confieso: Tengo el alma rota.
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