del ababol en mis manos
buscando el aroma de la flor
que rompo a llorar
en el entusiasmo del recuerdo
yendo atrás en el tiempo
y deposito un ramo
de amapolas en el cementerio
para darme fuerzas
ante la luz de tus sueños.
Soñabas en tu nobleza,
diamante en bruto, en la ternura,
que la vida despierta
cada aurora en mansa espera,
y me enseñaste que la primavera
no es refugio de princesas:
Tú, humilde y serena, bella,
me enseñaste la magia de este mundo
sin querer a cambio la diadema
coronase en gracia tu cabeza;
me mostraste la empatía al semejante
en lo que anuncia un suspiro,
siendo arrullo en ese respirar
de saberte madre y amante
ante las carencias de un niño.
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