Ahora traigo el rubor
con los hombros encogidos
buscando vida alrededor
del extrarradio prohibido.
Hay que sacar la miseria
de esta ciudad de ratas
y alfombrar las avenidas
con la suave hojarasca
entre luces desprendidas.
Mirar bien la candela
bajo la sombra herida,
hacer cabriolas en el aire
para justificar el día,
y vivir donde vive nadie
el sabor que maravilla.
He perdido los años
pretendiendo reponer auroras
en el perfil extraño
del hombre que llora ahora
al percatarse del daño
hecho a la Tierra señora
en el transcurrir del día.
Por eso lloro amargo
después de tan largo trago
al concluir mi retrato.
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