Las torres fueron cayendo
en esa batalla de ajedrez
para alegría del niño
que aprende los movimientos
del entusiasmo que lleva dentro
en regocijo de su sed.
Sediento para seguir bebiendo
del saber de los mayores,
afirmándose como infante
en esa lucha de gigantes
para vestirse de flores
sin caer en el alarde
tras la miseria que va viendo
al completar la tarde
y quedar sólo los peones.
Nunca hubo rey o reina,
miserables, que le contaran:
La historia se cuenta
en un tablero incierto
donde sólo restan los muertos...
Es ésta, comedia divina,
donde queda el mundo infecto
tratando de sanar heridas
a la sombra de cabestros
anunciando una nueva vida.
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