Recuerdas al viejo que liaba cigarrillos sentado sobre las murallas que daban al mar mientras contaba historias sin parar a quienes queríamos escucharle: Salir de la escuela coriendo hasta donde él estaba sin antes pasar por casa era un todo...
Sus huesudas manos recorrían nuestras cabezas ante la algarabía de burlas infantiles... Su rostro, inmutable; allí seguía su sonrisa a medias... Nuestras burlas como espinas.
Tras sesenta años me viene su imagen a la memoria... Reciente. Hoy nos toca a nosotros soportar los estigmas... mirando por la ventana que da a la plaza donde juegan los niños, donde mezclan las fisonomías de los hombres en sus juegos: Niños y niñas. ¿Qué sabern ellos de los asilos...? Qué saben de nosotros.
Recuerdas al viejo, ninguna arruga surcaba su cara, tal vez por eso nos impresionaba la blanca barba de espuma, blanco de las caricas entre entusiasmos y temores.
A veces sus palabras resultaban misteriosas, "me iré como un sueño", nos dijo una tarde. Al día siguiente ya no le volvimos a ver... Nunca más. Notamos un vacío en nosotros... Un hueco en la muralla... El rostro del viejo, sus historias, sus ojos, todo... cara al mar.
Siempre cara al mar, como si sus relatos, su rostro, sus ojos, todo, precisaran, además de nuestras burlas y risas, de las olas golpeando los acantilados hasta hacerlos llorar.
...Ahora sé el valor de sus historias, hay que sentarse cara al mar para saberlo, rodeado de niños, de sus burlas, de sus risas... Ahora sé cuánto valen los hombres... cuánto valen "los viejos de las murallas", aunque por mar tengamos una plaza delante donde juegan los niños sus burlas y risas, donde queda un hueco vacío para el próximo viejo... Donde contamos historias cara al mar de nuestros sueños.
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