No era la primera vez que Alfonso Gonal se asomaba a la ventana de su habitación a medianoche y contemplaba durante un buen rato la calle y el cielo antes de acostarse. Procuraba no mirar fijamente a las cegadoras luces de las farolas que le deslumbraban mientras alumbraban la calzada, las aceras, los portales, y las ventanas más bajas. El abrumador silencio de la calle vacía le sobrecogía el espíritu y erizaba el pellejo, pero al instante se reconfortaba al percibir las primeras figuras pasajeras caminando a horcajadas entre dos luces, al oir los primeros susurros que intentaba en vano descifrar, y, cómo no, los acostumbrados chillidos y risas provenientes del piso de arriba. Y es que la noche, mansa y apacible, se presta a todo.
Pronto descubrió al cartonero doblar la esquina empujando la carretilla cargada de papeles y de cartones, y de otras cosas encontradas en las basuras. Hoy no vestía el oscuro abrigo que le tapaba desde el cuello hasta las rodillas, hoy, iba de verano, con la cara limpia de pelos, arremangada la camisa, con pantalones vaqueros, calzando alpargatas, y la boina calada hasta las orejas con el rabillo tieso como un pararrayos, y curiosamente, por cuarta vez en quince noches, una bota de vino se balanceaba al compás de sus pasos colgada del hombro derecho. Rapidez y destreza acumulaba en sus idas y venidas; de la carretilla a las basuras y de las basuras a la carretilla, moviéndose penosamente cuando transportabauna pila de cartones que a duras penas le dejaban ver donde ponía los pies. Y con estridente ruido, masticando basura, apareció el camión amarillo de la compañía de recogida de basuras. El cartonero avistó entonces una lámpara de cristal y metal dorado que centelleaba a la luz de las farolas entre los desperdicios amontonados sobre las aceras y junto a los portales de las viviendas, y como estaba lejano, echó mano de la carretilla y disimulando anduvo hacia el lugar por temor a que los basureros se diesen cuenta de su descubrimiento y llegasen antes que él. Lo logró. Satisfecho asió la lámpara cuando una salva de improperios sonaron a sus espaldas y una bolsa de basura, lanzada por un empleado de la compañía de recogidas de basura, golpeó en su hombro reventándose y vomitando garbanzos cocidos por todas partes. Se volvió, los tenía a unos diez metros, encima mismo, con no muy buenas intenciones, aunque sus rostros, cubiertos por aquellas máscaras antigases, mitigaran en parte tales propósitos. Y la zancada del cartonero se hizo firme dejando atrás enseguida a los basureros a pesar de correr con carretilla... y aun cuando perdió la casi totalidad de la mercancía obtenida, aquella lámpara de cristal y metal dorado bien valía una carrera.
Alfonso Gonal impulsado por un resorte invisible e interior se sintió perseguido, cartonero, y por su frente resbalaba sudor contenido durante días y noches. El corazón le latía presuroso tras el esfuerzo de huida. Mas después vino la calma, la alegría de no haberse dejado arrebatar la lámpara por semejante gentualla.
Un gato pardo rondaba los coches aparcados buscando alimento. Alfonso Gonal tragaba con ansia los garbanzos desparramados por el asfalto, luego, corrió tras un ratón que se le escapó por poco por un agujero abierto
No hay comentarios:
Publicar un comentario