Es en la flor de unos labios
donde comienza la voz solidaria
de pequeños rapaces solitarios
bajo el sentido del alba.
Arrullo suave de una madre,
sendero grave a una fuente,
espejo que nos refleja
manso el rostro sonriente.
Caricia entre los dedos
donde queda un te quiero
en el corazón de dos amantes,
hechos el uno al otro prisioneros
del fulgor del diamante;
y en el sentir del misterio
deposita la noche su manto,
por testigo la luna... y su llanto,
que despierta entre nubes
desde el sueño más bello.
Quiero que me digas ahora,
aún con el semblante serio,
cuál es la virtud de nuestro amor
para acercarlo a la luz
mientras se anuncia la aurora
mismamente en la quietud
de un fuego que nos devora.
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