Cautiva la brisa mi rostro
cuando paseo las alamedas
buscando el amor del otro
en un pedacito de seda
que confundo cualquier calle
con aquella...
Sin ser primera,
en que apareciste tú
dibujando de bella manera
el laberinto del parque.
Se inundaban de deseo
mis ojos ante aquel destello
de belleza
en su apogeo
despeinados los negros cabellos
bajo las caricias del aire:
E imaginé
otra derrota
a la vera de lo esbelto
que se mostraba tu cuerpo...
Confuso ya en la sombra,
abierto a cualquier propuesta
de convertir la fronda
en un lecho
tras la siesta,
en un espacio de fiesta
mientras aúlla una loba.
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