Tenía miedo a la tormenta,
en mi niñez
de aprendiz
me sorprendía la sombra
sobre las paredes desnudas;
me alegraban los relatos
que contaban los mayores
a la luz de las velas,
y creía en rudos
monstruos
corriendo por las calles,
prestos a llevarse almas
al rincón del recuerdo.
Al calor de un brasero
se sucedían las historias,
qué gusto tener memoria
para tenerlas ahora
presentes en mi mente.
Hoy, que el eco
es de los ausentes
despierta ante mi el pasado
atrayendo la luz de la lumbre
que alumbra a los rezagados;
tengo la existencia
ganada
para recibir fuerte
a la muerte.
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