Cuánta miseria muchacha
para tus noches vacías,
donde no hay palabras,
ni lágrimas ni alegrías;
cuánta vileza humana
acariciándote las nalgas
como si un viento solo
quisiera tumbar la espadaña;
ya no eres bienvenida
al susurro de los vivos,
eres como fruta podrida
a apartar de la cestilla,
pero nunca te acostumbres
a vagar cabizbaja,
mantén encendida la lumbre
que sin ser profunda brilla
al amparo de una estrella
dibujada en la pizarra.
Haz promesa de la vida,
aunque sea
tras la barra
de un bar...
No escondida,
dispuesta a los instantes
que te devuelvan
la sonrisa.
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