martes, 21 de diciembre de 2010

LA TELARAÑA Y EL NIÑO

   Sumergidos en falsa melancolía sus expectantes ojos azules deseaban dejar patentes en el cerebro las cercanas imágenes del fatídico desenlace previsto, sumido en vanagloria, después del importante hallazgo bajo la escalera de madera... Demasiado en tan escaso tiempo: Es su cita donde desnuda del cobijo simples virtudes, tal vez primitivas, seducido en el desprecio a las humillantes formas serviles asociadas al ocaso.

   La seriedad impregnaba la frágil cara del niño sentado sobre un escalón con los codos en las rodillas, apoyando la barbilla en las menudas palmas de sus manos junto al silencio contenido, aspirando respiración, en vacía calma...
   Allí aguardaba ante un dudoso, indescriptible, pasajero placer fruto de la angustiosa ansia que lo llenaba todo en la triste oscuridad del lugar destinado a saciar su infantil curiosidad.

   Un instante fuera de la cotidiana monotonía, tortura, suponía descubrir su identidad extraña a los demás, en su encierro. Un instante entrañable, solitario, psicológico; búsqueda del placer... del dolor... ajeno. César del destino, de vidas y de muertes: Dueño y juez.

   Había arrojado la mosca a la telaraña tras arancarle las membranas voladoras para impedir su fuga. Aquellos baldíos intentos por escapar de los sedosos y adhesivos hilos creaban satisfacción en el niño, sus labios entreabrían ufanos una pálida sonrisa esperando la presencia del verdugo que observaba desde su encubierto escondrijo las frenéticas sacudidas de la mosca.
   Y mientras el niño presentía ficticios baladros, el arácnido recorrió con asombrosa rapidez su telaraña hasta donde desesperaba la presa, infeliz mosca, atacando y retrocediendo, circundando aquel cuerpo hasta inmovilizarlo por completo. Y entre sus delgadas patas llevó a su escondrijo el regalo del niño.
   Después, el niño, miró hacia el techo los tragaluces y corrió escaleras arriba buscando una nueva telaraña donde arojar la próxima víctima.

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