Cuando alcancé la cumbre
no sabía
si estaba soñando
en los umbrales del cielo
cubierto por la gran nube
o si me había perdido
tratando de atrapar
el destino
entre los movimientos cautivos
de la ansiedad de mis sentidos.
Era aquello tan hermoso,
ver el valle
desde el gozo
de la más alta
de las montañas,
acariciando libre su cima,
viendo volar a las aves
sin perder de vista
detalles
que se cruzasen ante mis ojos.
Cuando el atardecer rojo
apareció en el horizonte
decidí bajar
por el Norte
a la aldea entonces escondida
tomando un atajo
a la vida;
pisando fuerte el camino
en esta tierra alavesa
donde me espera el reposo,
una copa de vino.
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