Hay una luz en cada rostro,
una estrella en cada persona
cuando la miras a los ojos.
Ese espejo donde se aclaran los reflejos
dulces o amargos de la vida;
es suave el susurro,
corto o largo,
una brisa en el aire,
cerca o lejos,
ausente y presente bajo el manto del silencio
y la palabra.
Cada voz es un mundo misterioso,
cada risa,
cada llanto,
un regalo al universo
más allá de las condenas.
Ese espacio y tiempo de sabernos
juntos para siempre
con o sin secretos.
Busco al otro en el andar cotidiano,
sin prisas,
pero no despacio,
adrede,
y me propongo alegre reconocerlo;
a veces serio,
en el trajín de la calle;
y si bostezo
es por el hambre
y el sueño:
Contemplo los andares
como presagio de un agradable encuentro,
huyendo del abandono
miserable...
Y aún me confundo.
Poema sacado de la revista AMILAMIA, Nª 22.
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