Resalto en el remolino
la brisa que me acaricia
junto a la luz del destino,
ese fulgor siempre vivo
de la magia en el arrullo
como gotas del asombro
por saberme feliz tuyo.
Y entrego la voz al canto
mezclando baro y susurro;
soy un alfarero humilde
que moja en lluvia y llanto
la blanda arcilla roja
en la quietud de las manos,
para que sean suaves los dedos
quienes den forma y encanto
al sentir de una figura.
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