No he visto fieras por las aceras
ni monstruos devorando criaturas,
no he visto a estas alturas
más que ansias en el deseo
de sentirme en tu regazo
como un niño que ahora creo
espabila en el espacio
de su cuarto y sus juegos.
Necesito mirar al mundo
con ojos aún más tiernos,
que en este remolino
de inventos y de versos
no existe el infierno
sino la dicha de tenernos
aunando la brisa del viento
en un divino tesoro
de quien no posee todo
sólo la suerte del encuentro.
Y acaricio tu melena
enmarañada en el misterio
de quien anuncia su vuelta
a la estrella y al barro.
Me quedo pues a tu lado
preguntándome de nuevo
por el lodo... Tu secreto
innegable.
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