Te quejas de este silencio
latente que cierra puertas,
adivinas el pasado
más que el presente
entre palabras muertas
y dibujas un destino
errante en la palma de la mano
como símbolo de tu pureza;
anuncias al grito de la sirena
el lecho magno de la muerte
mientras recitas un poema
de dolor ante el ausente.
Con los ojos perdidos al raso
y la aureola en el rostro
contemplas la calle vacía
maldiciendo esta vida
que es trasiego de andantes
en hora punta y grave;
para qué el canto del pájaro
si trae al sentido el susto
en los atardeceres cobardes
sin dejarte pronunciar el nombre
con que respondes al padre
y te pierdes en el barullo
del mercado cada tarde.
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